Hombres. No como debieran ser, ni como aparecen. Como son. Se llamanJuli n, Seraf¡n, Juan, Fernando o Miguel. El d¡a que Jos‚phine Douetha pisado mi caravana con su book debajo del brazo, he entendido queesos hombres suyos, los que se han presentado sin defensa ante suobjetivo, est n all¡ justamente para no mostrarse, p ara no exhibirnada de su cuerpo o de su sufrimiento: all¡, desnudos, liberados delos ornamentos que acompa¤an su danza. Porque en definitiva se tratade artistas. Estos hombres no ense¤an nada, ni su valor ni su fuerza,ni la insensatez de sus haza¤as. Su £nica b£squeda, frente a la fuerza bruta y al miedo insidioso, se llama elegancia. Gesto, alma y ser. La elegancia de tontear con la muerte y de no hablar de ello. Estoshombres, sin afectaci¢n muscular, atravesados por momentos de gracia,amarrados en su piel de luces y de sufrimiento, no se pavonean. Sucuerpo calla. Dignamente. Los labios de sus viejas cicatrices se hancerrado. Y testifican, en silencio. Jos‚phine Douet no entrega elen‚simo lbum bonito sobre los toros, de los que ya sabemos lo f cilque es a las cinco de la tarde robar sublimes im genes de movimientos, actitudes, de miradas, de colores. Ofrece a nuestra imaginaci¢n lostoros como un arte de la interioridad. Donde, si hay algo que ver, hay sobre todo algo que sentir. Son fotograf¡as sin gritos. Son seres sin vanidad, cuyas audacias pasadas est n modestamente inscritas en elpaisaje de su cuerpo; con pudor, podr¡amos tambi‚n decir, porque nodesvelan nada de los estragos que la cornada a menudo ha hecho en lom s rec¢ndito de la carne. Agradezco a Jos‚phine Douet haberdesvestido de tal manera la imagen del artista del ruedo. «El preciono tiene importancia», dice uno de los toreros de Alma Herida. Es este «no tiene importancia» donde habitan con pudor y verdad lasfotograf¡as de Jos‚phine Douet.