Car¡bal nos presenta la figura de un peculiar int‚rprete de ¢peraque —entre otras extravagancias— aborrece los boleros y gusta de lacarne humana. La relaci¢n que establece este elegante antrop¢fago consu discreta vecina entreteje una sencilla urdimbre, siniestra yseductora, con la que Humberto Arenal logr¢ una de sus obras m ssingulares. Un final sobreentendido desde el inicio pero que al mismotiempo nos sorprende con su mordisco (por as¡ decirlo), suspende allector entre el horror y la belleza, en una morbosa inquietud.