Un objeto tan invisible como silencioso atraviesa —¿desde cuándo?— elser. La literatura, lo afronta a veces en la angustia; el arte, lobordea para organizar su producción en torno a él; la religión, losacraliza para conjurar el horror al vacío; la ciencia, nos prometecada día colmarlo de saber. La historia de la clínica, en ladescripción de los síntomas y malestares más diversos del sufrimientopsíquico, lo detecta como algo sin nombre ni representación posible:la angustia, la tristeza, las fobias se ceban en él.La política, decididamente, no sabe dónde ponerlo aunque retorna una y otra vez en toda suerte de lapsus y equivocaciones, desencuentros ymalentendidos que las transcripciones de los periódicos suelen omitircomo algo sin sentido. Parece casi nada, como para pasar de largo, ysin embargo insiste en su modo de presentarse, más bien paradójico,como un objeto que no cesa de no aparecer, de no representarse.Llamemos así por el momento a este objeto sin nombre: la página enblanco.