AJUSTE DE CUENTOS es la venganza de una mit¢mana con demasiadoorgullo. ¿Qu‚ ocurrir¡a si quien lee, por ventura, estos relatos seencontrara un d¡a cualquiera con uno de sus arquitectos, escritores,pensadores, actores preferidos? Seguramente si es persona comedida,nada. Si tiene un poco m s de empuje un saludo, una confesi¢n deadmiraci¢n, hasta la petici¢n de un aut¢grafo. Pero ser un recuerdoonanista, unidireccional, exclusivo del admirador y uno de tantos delsujeto de su culto. Claro que si, tal como sucede en uno de estoscuentos usted, lector, quiere dejar una huella indeleble en el famosoacostumbrado a los elogios y a las sonrisas? ¿Qu‚ mejor que agredirlepara que no le olvide? Los personajes de estos relatos son reales,pero solamente sus nombres, el resto es pura licencia literaria. Hayque hacer dos salvedades: la vida de Roger Casament que es, hastadonde se sabe, la verdad, y una gran parte de lo que se narra en «Lasgallinas de Palacio», sucedido casi ¡ntegramente cierto como real fueel dictador portugu‚s que lo habit¢. El resto, un ajuste de cuentasnacido no del rencor ni del odio sino, muy al contrario, del amor. Que como dir¡a Oscar Wilde es much¡simo m s peligroso. La autora esperaque la diana de sus dardos, los trece nombres propios protagonistas de los cuentos, se lo perdonen. Alg£n d¡a. MERCEDES DE PABLOS. Vive enSevilla desde 1978. Nacida en Madrid y, seg£n este autorretrato,criada en la radio, a pesar de las Facultades donde se licenci¢, losidiomas raros y los consejos sensatos que le desaconsejaban elperiodismo. Ha escrito varios libros, alguno incluso deficci¢n-ficci¢n, otros de actualidad o casi, pero sobre todo tiene ensu haber cientos, miles de p ginas escritas para el aire: para laradio, tal vez por eso abuse tanto de los puntos y aparte y detestelas frases largas. De todo su curr¡culum lo mejor lo debe a otros, aquienes ha entrevistado, escuchado, le¡do, plagiado incluso. Algunosde esos seres maravillosos aparecen aqu¡. Ha trabajado en televisi¢n y colaborado en diarios y revistas. Y lee. Tal vez, a su juicio, la delectora sea su autentica vocaci¢n y su imposible profesi¢n.