Los almendros de Urci son las memorias atípicas de un anticomunistafuera de lo común, pues Francisco Félix Montiel, el último diputadosuperviviente de las Cortes republicanas, ni canta en ellas,complacientemente, la palinodia, ni ajusta cuentas con sus enemigos.Escritos sin odio y con la serenidad que da la vejez, estos pasajes de una vida truncada por el totalitarismo marxista-leninista, por laguerra, por el exilio y por la persecución a muerte de los antiguoscamaradas, constituyen el retrato fiel de una manera de entenderEspaña, su tragedia y su esperanza. Si la manoseada expresión «raízética» conservara todavía su sentido para explicar la actituddesinteresada y antiutilitaria de un escritor, su arraigo oinstalación en un mundo cuya verdad se anhela, bien que se podríaaplicar a este libro para explicar su virtud. Montiel no quiereengañar a nadie si revela su tribulación, si opina, incluso si olvida. Movido por un entusiasmo religioso, él mismo se ha querido contarentre los miles de españoles equivocados o engañados, pero no culpa anadie de sus desatinos. Ahora bien, «se puede ser digno dentro delerror y responder a motivos poco nobles dentro del acierto» y estelibro enseña que en la derrota también se honran los hombres.Francisco Félix Montiel Giménez (1908-2005) nace en Águilas y muere en Lima. Casi un siglo es mucho tiempo y se pueden vivir todas estasvidas: fueísta y profesor universitario en Murcia; diputado socialista de la Segunda República y comunista encubierto; marxista-leninistaepidérmico y propagandista de la religión secular soviética en elMadrid rojo; turista político en la Rusia de Stalin y resistentefrente al golpe de Casado; exiliado en Francia, Inglaterra y Cuba ypobre de solemnidad, chantajeado por el Partido Comunista de España;excomunista y, sobre todo, anticomunista, con un coste personal yfamiliar extraordinario. Profesor en Lima veinte años felices al ladode Madeleine y sus hijas Anita y Claudina, retorna a España con lademocracia inorgánica del 78 para escribir a favor de la democraciaorgánica y el «solidarismo». Con él desaparecen para siempre y almismo tiempo los dos arquetipos político-intelectuales másdesarraigados que ha dado una España ya desrealizada, la del siglo XX: el del diputado de las Cortes del Exilio y el del krausista dederechas.Jerónimo Molina Cano (1968) da clases de Política Social en laUniversidad de Murcia. Lee cuanto puede y, cuando no hay alternativa,escribe miniando cada página, como si el mundo se acabara. Concentrasus energías políticas y literarias sobre Carl Schmitt, Julien Freund, Raymond Aron, Gaston Bouthoul y, últimamente, Jules Monnerot yBertrand de Jouvenel. Es una pena, con esa efusión reaccionariafranco-alemana, que se rebele y no tenga ya más tiempo para complacera las Agencias Nacionales Sabiondas, corruptoras de la inteligencia.Felizmente casado y padre de dos hijas, su casa remansa unos pocosmiles libros, pero aún hay sito para más hijos y para más libros.