Hurgando hace un par de a¤os en sus archivos, el fot¢grafo BarryFeinstein exhum¢ un manojo de fotograf¡as tomadas en Hollywood aprincipios de los a¤os sesenta. Junto a ellas yac¡an veintitr‚s poemas compuestos en 1964 por su amigo Bob Dylan como glosa o complemento de esas im genes. «Era el manuscrito perdido: todos lo hab¡an olvidado», explicar¡a Feinstein. Tan perdido estaba, al menos en los laberintosde la memoria, que el propio autor no recordaba haberlo escrito.
Las fotos retratan con desolada frialdad, a veces con afable iron¡a,el ocaso de una ‚poca («dorada» seg£n la adjetivaci¢n can¢nica). Hayestrellas dentro o fuera del plat¢, pero el objetivo las contemplacomo si se hubieran ca¡do del cielo. Hay tambi‚n aspirantes alestrellato, id¢latras, maniqu¡es, decorados ya in£tiles y lugaresintensamente deshabitados: una explanada vac¡a reservada a los cochesdel «talento», la piscina de Marylin el d¡a de su muerte con dospeluches luctuosos que permanecen sobre el c‚sped como las camisas a£n colgadas en el armario de un muerto. Los versos se atienen a la partitura del desconcierto l¡rico que Dylan forjaba por aquellas fechas, una po‚tica de la arbitrariedad (o sea,del libre arbitrio) que le permit¡a sacudir met foras rigurosamentealeatorias, oraciones estrictamente agramaticales, neologismosinclementes, puntuaciones feroces, hermetismos, equ¡vocos, juegos ojugarretas de palabras, pasajes narrativos, sarcasmos, penas, cari¤os, bromas, vulgaridades, an‚cdotas privadas, alusiones literarias ocinematogr ficas (c¢mo no), maneras del blues, tonos de balada einfluencias l¡quidas o gaseosas (aunque la de Ginsberg era entoncesbastante s¢lida). Los poemas, en fin, son Dylan sin banda sonora,Dylan en un formidable estado impuro.