¿Qué se nos narra en estas páginas que, desde el título, citan aMarcel Proust y su «tiempo recobrado»? Una escritora madura vuelve alos lugares de su infancia, recreados en los detalles escondidos encada piedra, detrás de cada puerta, a la sombra de los pórticos, enlos olores que lleva el viento? Cuando era niña, la escritora pasó los primeros años de su vida observando las maravillas de la montaña,imaginando cómo eran sus padres realmente y qué hacían antes de queella y su hermana pequeña vinieran al mundo. El padre, a principiosdel siglo xx, era fotógrafo aficionado; la madre, mucho más joven queél, parecía algo apartada de todo, aunque era lo suficientementesociable? y muy elegante.
Con una sabiduría llena de encanto, Lalla Romano nos ofrece en este texto suyo de 1964 una obra bellísima y exacta, con páginas nunca demasiado melancólicas ni demasiadodolorosas que rastrean la felicidad perdida. La dicha, parece decirnos la autora, se encuentra en los pliegues del tiempo, en esosdesplazamientos que a veces se crean entre el pasado y el presente.Toda la novela está impregnada, por lo tanto, de un sentimiento deldespués, de las cosas reconocidas sólo cuando han pasado ydesaparecido. La propia Romano lo dijo en una entrevista: «No hayarrepentimiento ni nostalgia en este libro, pues aquel mundo no estáperdido. Es cierto que ha pasado, irrevocablemente; pero ahora sientosu mérito, es decir, lo comprendo, lo amo y, finalmente, lo poseo.Como dice Faulkner, la felicidad no es, pero fue».