El ingenioso Carrère perteneció a aquella generación perdida de «LaNovela corta», aquélla de López de Haro, de Tomás Borrás o de Hoyos yVinent, de cuyas famosas tertulias del té, allá por 1905, fue unasiduo (también, en aquella casa de la calle Marqués de Riscal,coincidiría con la Pardo Bazán, con Manuel Machado y con Villaespesa). En definitiva, una generación de tranvías, de toreros y teatros, demedias tostadas, de cupletistas y de tertulias con veladores y dereservados de peluche rojo donde regalar a las queridas. Todo unsubmundo que él puso a disposición de sus lectores, quienes deinmediato se reconocieron en su tiempo y pasaron a ser susprotagonistas. Soguillas, bigardos, sablistas, rameras, hampones,pícaros y comadres forman parte del tugurio poético y novelesco de laproducción carreriana, tan en consonancia con aquel teatro español del XVII con atrezzos del XIX.